En mis brazos lloras con el alma herida
te abrazo en mi pecho y silencias con sonrisas;
se llena el cuarto de amor cuando me miras
y siento yo, morir.
La oscuridad de la estancia inunda mis ojos,
prendo la bombilla en la lamparita azul
¿Y, ahora? Canta mi voz rota.
No te hallo entre las sábanas blancas y frías,
no te arropan mis brazos vacíos.
Y qué triste es el despertar,
caminando de puntillas, aunque él ya no está.
Apoyo mis manos en tu moisés
mezo el oxígeno de tu espíritu.
Qué mala madre fui, te ruego perdón
el único llanto audible es
el vaivén de la madera contra el suelo helado.
Te dejé con el diablo,
cinco minutos eran suficientes,
Satán te tomó y Satán te llevó.
Sus golpes en mí no eran veneno,
su crueldad en mis oídos no eran fuego;
los moratones se pueden ocultar bajo el vaquero,
la inseguridad bajo el maquillaje en el espejo.
Pero cuando el ángel llegó era tarde
y él me envenenó eterna en la hoguera insaciable,
dejando amoratada mi alma, agotado el cosmético;
rotos los reflejos y sordos mis oídos.
Él ya no está en casa pequeña,
pero aún temo que tu llanto le altere.
Cada noche a la misma hora
acudes a mis sueños con tu sentir,
y yo en tu moisés me pierdo.
Es el amanecer quien me devuelve
con el sonar de timbre y la abuela en la puerta.